comiendo crudo.

Encerrada desde hace unos cuantos días en las angostas paredes de mi habitación, con toda la luz natural que permite la ventana al oscuro pozo que tengo por patio interior.

Horas frente a un ordenador que no se mueve y que hace unos días me dejo de hablar. No está muerto ni nada. Esta igual que yo, sumido en el estatísmo del trabajo de mesa.

Solo se que hace un buen día si me asomo por la ventana para ver el cielo. Azul o blanco, el veredicto es claro.

Mis sentidos están dormidos. La vista la reanimo de vez en cuando con algún video chulo. A falta de momentos de silencio (gracias Spotify) mis oídos están en coma. El teclado parece tener marcadas las grietas de mis huellas digitales. [molaría un teclado en el aire sin ningún tipo de interface táctil que detectara tus huellas digitales y reaccionara a el movimiento de cadad una de ellas]

En fin. Sólo me quedan el olfato y el gusto para satisfacer unas cuantas veces al día.

Qué peligroso vivir just across de kitchen. Pero lo que es más extraño es cómo mi cuerpo ha compensado la falta de estímulos en los otros sentidos, para darme mayor sensibilidad en el único que fijo recibe algo estimulante. Es como el oído para la ceguera.

Mi paladar se ha afinado. Desde Georgia, todo sabe un poco distinto. Cocino distinto. Compenso mejor mi dieta. Tomo más agua. Y lo disfruto. Sobre todo disfruto mucho comer.

Todo tiene la posibilidad de ser sublime, principalmente entre más sencillo y básico sea. El otro día que hice tortillas de maíz me dí cuenta. La tortilla no cabe más que en lo rough, en lo “Ur-“, en lo primario y primordial, podría decir casi en lo primitivo, a pesar del complejo proceso que implica cocinarlas. A lo que voy, es que por más “rústico” que resultase el contexto, jamás me saltaría verlas ahí en medio. En mi imaginario no pertencen al lobby de un hotel-boutique de moda.

Hoy cene un pan con miel y otro con mermelada. Pan de avena. La miel era tan espesa que parecía mantequilla. Corte una pera. Eso era todo.

Mi ideal hubiese sido acompañarlo con un poco de arroz y tkemali (salsa de melocotón). Y en vez de cenarlo, desayunarlo. Un té negro con limón de color naranja.

Hoy comprando naranjas en el supermercado, buscando las dos más anaranjadas (mis ojos no habían visto colores no digitalmente producidos en todo el día), por primera vez me dí cuenta que esas naranjas (en principio…y espero que sea así) venían de un árbol.

Debo admitir, que se me había olvidado. No que si me lo preguntan no lo pudiese decir, pero por un momento pude ver esa naranja cayendo del árbol (artificial o naturalmente, da igual).

Y entonces mirando mi carrito vi que la berenjena también tenía que salir de algún sitio. Me costó mucho a pensar la planta. No sigamos con los espárragos. No tengo ni idea como salen esos. Pero todos vienen en esas bolsas de plástico individuales que evitan que pienses en el proceso que lleva al completo desarrollo de eso que te vas a comer.

Por eso nos mola ir a mercados de estos de plaza ( o por lo menos a mí). Por que todo viene con tierra, todo parece más real. Y además, cocinar requiere de un esfuerzo, que por mínimo que parezca los domingos-en-la-casa-de-fin-de-semana preparando la comida para la pareja que viene a comer porque-se-compro-un-condominio-en-la-playa-de-al-lado existe.

Cuando compras una lechuga en un lugar de estos, te tomas la molestia de limpiar hoja por hoja evitando los animales (entes del infierno! no nos vayamos a comer uno por que comienza el cataclísmo! entes transmisores de las más grandes plagas modernas..etc…etc..), la tierra, raíces en el caso de otro vegetal. Desde el momento en el que la elegimos en el puesto de verdura hacemos un ejercicio de selección en el cual observamos, comparamos, calificamos y elegimos lo que nos meteremos a la boca con el propósito de nutrir nuestro cuerpo, o saciar el apetito.

La bolsa de plástico nos evita elegir. Lo prepara todo para que la elección se haga en base a su valor comercial, precio:dimensión:oferta, no es un análisis cualitativo. Hemos dejado de observar lo que comemos, de saber cómo es, de dónde sale, a que huele. ¿Cómo deben oler unos espárragos frescos? A que huele el jamón bueno, o el flan?

No se que me pasa últimamente, pero entre menos procesos culinarios pase mi comida, y entre menos mezclas de sabores existan, mejor. No tiene nada que ver con la dieta de moda, del hombre de las cavernas….no me gustan las dietas, además ellos solo se refieren a la fuente de origen de ciertos alimentos. No comen pan. Yo quiero comer pan, pero acompañado del menor número de ingredientes posible.

Comí durante 21 años mole. No se me puede culpar del inocente experimento de un paladar simple, estoy segura que es temporal, y que el “sazón” europeo no ha hecho estragos en mí.